Sentías la fuerza con la que mi sexo se animaba, con la que
se despertaba al simple contacto, al simple roce de tu ser. Sabías lo que
quería; y sabías muy bien lo que tú querías, lo que ambos deseábamos. Tus
palabras solo eran un cáliz embriagador aderezadas con ciertos silencios, con
cierto mirar tan tuyo, tan único. Adoptabas en esos segundos una sumisión que
se llegaba a mis brazos, a mis caricias lascivas que buscaban la intimidad de
tu cuerpo, la suavidad y pureza de tus pechos extraviados.
Te amaba. No lo sabía a ciencia cierta, no lo supe en
realidad, hasta ese momento en que te sentí perdida, hasta el momento aquel en
el que tuve que dar la vuelta y cerrar con la puerta tras de mí, esas veladas
de vino y de poesía.
Esa noche, me mirabas con una calma sin igual, y deseabas
que todo aquello fuera cierto, que no simplemente se quedará en una pasión
nocturna, rutinaria; elaborada únicamente por casualidad, o por simples
instantes de deseo.
Yo buscaba tenerte toda, hacerte mía y consumirte tal como
las llamas consumen a su paso lo que tocan. Ya era hora. Tantos instantes,
tanto verbo, tantas caricias llevándonos a un mismo punto. Tantas respiraciones
entrecortadas en las que ambos nos fuimos envolviendo, tantos compases marcados
por el segundero que yacía en tu muñeca derecha. Tantos deseos mal entendidos.
Y solo tú, semidesnuda; con esos pechos tan encarnados y tan dispuestos, pero
envolviéndome con una mirada llena de ternura y suplicando que me detuviera,
mientras que yo intentaba desnudarte por completo y hacerte mía.
WAR.
WAR.
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